Aguarda

Aguarda, espera solo un segundo. No sueltes el pomo de la puerta, no le pongas un final, todavía no.
No puedes verme, estoy al otro lado, la puerta es de roble y tu vista muy corta. Te lo describiré ¿qué te parece? No puedo decirte exactamente a que huele sin nombrarte, pero procuraré aunque me cueste hacerlo lo menos posible. No hay mucha luz, solo la que intermitente se cuela por la única rendija que dejé sin tapiar. Menudo fallo, yo que pensé que tenía todo bajo control. Qué no había música que pudiese sonar, que no había libro que pudiese leer, que no había recuerdo que pudiese hacer que atravesases esa pared. Ya ves que no. El ambiente es algo hostil, hace bastante frío aquí, la última vez que vi algo vivo fue hace unos meses coincidiendo con tu última sonrisa, un pequeño tallo verde que crecía libre ignorando el peligro, parece que también se marchitó, cómo todo. Las paredes están húmedas, son duras y firmes pero ni siquiera ellas pueden evitar esta tristeza que lleva tu nombre. A menudo me repito, desde aquí, aquello que dijiste de que hay que partir para saber cual es el camino de regreso, ¿lo recuerdas?, por lo que parece debo hallarme en una intersección, ya perdí la cuenta de cuantos caminos te fuiste a explorar, de cuantas noches aguardé tu regreso, de cuantas veces regresaste. Así es la vida, como un cuadro renacentista, todo lleno de preguntas que a menudo no obtienen respuesta. Pero no te preocupes, esta angustia que me inunda tan solo es por la incertidumbre, la de no saber si en esta, tu última partida, encontrarás un camino paralelo, que nunca se cruce, que nunca te traiga de regreso. ¿Te imaginas? Aquí sentada frente a la puerta, en este suelo marchito y seco, no por falta de lágrimas, esperando eternamente a que toques de nuevo el timbre de la felicidad y no saber si ese momento llegará algún día. Yo lo he imaginado, muchas veces. Por eso, caminante incansable, me he traído provisiones, y espero que por lo menos me duren... una vida entera.

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